jueves, 11 de diciembre de 2014

Herasto Reyes, el hombre del Canajagua


Por: Milcíades Pinzón Rodríguez
(Artículo publicado en el diario Panamá América el 7/11/005)

Al enterarme de la muerte de Herasto Reyes Barahona por algún motivo acudió a mi mente el título de un artículo que en 1959 publicó Manuel María Alba en su libro "Estampas panameñas". Le denominó "El hombre del Canajagua". Y es que la cuestión viene a propósito de referirme a un santeño nacido por aquellos contornos. Porque con Herasto formé parte de una muchachada que vivía a plenitud la vida estudiantil de finales de los años sesenta e inicio de los 70 en el siempre recordado colegio Manuel María Tejada Roca de Las Tablas. ¡Qué años aquellos del Teatro Estudiantil Tableño! Él cursaba años superiores y recuerdo que juntos participamos en la coral poética que llevó al escenario del plantel tableño el poema "Panamá defendida" de José Franco. Allí, en el colegio, Herasto siempre fue un "tipo fuera de lote", con una personalidad que no podía ser enclaustrada entre los barrotes de la sociedad tableña que suspiraba por los carnavales y condenaba todo aquello que le alejase del bucolismo pueblerino. 
Ya por aquellas calendas a Herasto le dolía la patria mancillada y encontró en la vía del socialismo la herramienta que le permitió comprender la cuestión social y asumir su compromiso político. Había nacido en Vallerriquito, una acogedora aldea que mora a las faldas del Canajagua. En ese entorno vivió su biografía de orejano, con las carencias propias de la época y la complicidad campesina que nunca olvidaría. Allí nace y se acuna la personalidad que le acompaña el resto de su existencia terrenal. Porque Herasto nunca dejó de ser el típico santeño que siente toda su vida la congoja por su tierra natal, con la particularidad de que en él ese rico mundo interior eclosiona y se hace ensayo, periodismo, protesta y ganas de transformar el mundo. 
Al santeño le preocupaba y molestaba la injusticia social, por eso su pluma siempre fue un desgarrador grito libertario. Nunca quiso dejar de ser un campesino revestido de civilización que pregonaba su saloma revolucionaria. Tempranamente comprendió el poder transformador de los sentimientos humanos cuando éstos se enraízan con sabor a changa y se sazonan con enfoques políticos. Así era Herasto, un campesino que amaba su tierra, pero que supo abrirse al mundo. Importante su legado: la inteligencia que calza cutarras y que no se avergüenza de ellas. 
Cuando ganó el concurso Ricardo Miró (1983), con su libro "Cuentos de la vida", me impactaron profundamente los cuentos que tituló "Escudero" y "Chombo Black"; creaciones que son verdaderas postales de la cosmovisión cultural del panameño del campo y la ciudad. Logró describir ese mundo porque aprendió a ser un crítico de primera, un analista que auscultaba la vida social desde su mirador de hombre-masa. Este rasgo explica, además de sus convicciones ideológicas, su reticencia a los formalismos sociales, a la pose estudiada y la mirada por encima de las gafas para intelectuales. El rostro enjuto y la chivera pronunciada marcaron su fisonomía. Admirador de la transparencia y la sencillez, vivió en una sociedad burguesa promocionando su mundo para proletarios. 
La solidaridad de Herasto era admirable, porque siempre estuvo del lado de los desposeídos. Así, cuando en Tonosí una transnacional quiso sembrar de cianuro los campos de la provincia, el santeño escaló la cima de Cerro Quema y desde las alturas renovó su compromiso de patria. Con ese mismo ímpetu estuvo con los gnobe-buglé, sintió el dolor del darienita, la pobreza de la Veraguas rural y plasmó en palabras la historia popular de San Miguelito. Una vez, luego de una larga conversación sobre lo que acaece en el Occidente de Azuero, le vi partir de mi casa con sus apuntes de periodista, la mochila repleta de ilusiones y cargado con el humorismo fino, mordaz e inteligente que le caracterizó. Dicen que murió Herasto Reyes Barahona, el periodista y el patriota. Yo sé que renacerá en el alma de nuestro pueblo. Ayer como hoy puedo decir que conocí a un santeño orgulloso de su estirpe. El hombre que desde Vallerriquito fue fiel a su época, el periodista que entendió que las ideas no se venden y el panameño incorruptible del Macizo del Canajagua. ¡Qué bueno que haya nacido en Panamá y que, además, la brisa del Canajagua haya mecido su cuna!